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martes, 23 de noviembre de 2010

Inopia de amor

Venían algunas ráfagas filosas,
el dolor de cada golpe era una estrella extinta.

¿Qué podría pedir?
¿Perdón? 
¿Piedad? 

Los gritos acentúan la victoria, el poder.

Hombre que destroza a la mujer, 
madre de sus hijos;
hombre que destroza a sus hijos, 
descendencia de agresión.

Por cada lágrima derramada por ellos, 
hombre infeliz, 
se te van quemando las arterias.

Sigues jugando al niño explorador, 
hasta que ya no hay forcejeo, 
ni unas pequeñas manos que te den la pelea.

Piensas: He ganado. 
Obtienes el repudio del mar y el cielo.

Vacilador de justicia, 
preso de la soledad en tus hombros, tan fuerte te abraza que debes recordar que tienes a alguien bajo tus pies.

Solo quedan las palabras de consuelo,
las palabras de aliento, 
pero a las palabras se las lleva el viento, 
las cicatrices permanecen y no dejan de enrojecer.