Se desplegó mi alma para quedarse en el andén.
Seguía
mis pies descontrolados, controlando las náuseas, evitando las lágrimas.
Sentí
una tristeza descarada,
el miedo corroía mis dedos hundidos en mi frente.
El
cielo escuchó mis más remotos quejidos,
los arboles quedaron estáticos cuando
me desplomé en sus raíces.
Odié
las estrellas,
odié las promesas,
odié mi nombre.
Cuando
dormía, me despertaban los cariños exiliados.
Cuando
despertaba, me golpeaba una culpa otorgada, cedida como un regalo.
Quise
intercambiar mis zapatos, correr en dirección contraria, despojarme del dolor.
Me
prohibí hablar a otras personas,
me encerré en el reconcomio que me consumía.
Lloré,
lloré de día,
lloré de noche,
lloré mientras lloraba,
caí en el más profundo
abismo de mi ser.
Ahora
lo puedo recordar,
ahora puedo reconocer que naufragué en mi pandemónium,
morí
y cavé mi propia tumba,
oré por mí: mi duelo latente.
Es así como reconozco que desesperé cuando te marchaste,
que
todos los demonios se tornaron contra mí,
persiguiendo la razón por la que te
alejaste.
Ahora cuando comprendo,
eres
mi pasado.