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lunes, 30 de enero de 2012

Al cabo de un tiempo

Una vez, al ser niña, se me perdieron los ojos,
gritando a todo pulmón mi madre me tomó de las manos y los colocó de vuelta suavemente hasta que pude ver de nuevo su bello rostro, sereno,
decía con su suave voz “deja de ver a la nada, es peligroso”.

Pasaron los días hasta que volviera a suceder, pero esa vez perdí los pies 
debí quedarme inmóvil, junto al columpio de la escuela.
Fui incapaz de buscar a mi padre, él debió perder también algo importante porque tampoco vino por mí en un largo tiempo. 

Entonces fue cuando gané un pequeño amigo que ha crecido conmigo y se llama miedo.
Miedo y yo hemos viajado en innumerables oportunidades; 
luego de perder mis ojos, se oscurecieron para poder ser un mejor escondite, 
y con la perdida de mis pies aprendí a correr más fuerte, es por ello que en mis viajes siempre continúo respirando con menos trabajo, más suspiros y toda una banda de experiencias.

Pero, no crean que no me he perdido de nuevo en la nada;
con el paso del tiempo llegué a estar sin cabello, 
resulta que mis neuronas también quisieron perderse,
viví en una noche casi eterna, sobre ella construí una laguna, para así no recordar esos largos días. Fusioné los rayos solares con la imagen del rostro de mi madre así cada vez que debo pasar por allí está ella con sus brazos abiertos y su sonrisa inmutable.

Cuando me pierdo en la nada me retumba el mundo.
Miedo y yo hemos estado discutiendo sobre eso, 
con mi última perdida casi se me ha ido el aliento,
no era extraño perder mis ojos, mis pies o mi cabello, pero no sé cuando comencé a perder sentimientos. 

Miedo conoció a alguien en uno de los viajes, y aquí entre nos, creo ha sido quién me desprende de ellos.
Siempre tiene una botella en la mano, un cigarro en la boca y balbucea de día y de noche, dormida, despierta.

Lo cierto de todo este caso es que me quedé varada entre la realidad y la nada, 
es doloroso, puesto que debo luchar por quién me mantenga de pie y erguida frente a otros ojos, 
pero algo estoy perdiendo que no me deja el sueño, ni comer en paz, ni buscar figuras en el cielo: 
estoy perdiendo la fe en los demás. 

No los critico, ni me molesto, 
creo que ellos también se pierden en la nada, 
pierden el tiempo, la cabeza, las palabras, y las promesas. 
Se pierden en algún lugar desconocido, y mi imagen va vagando por allí, dando vueltas en círculos. 

No les quiero perder la fe, porque no me hace feliz el silencio.
Eso me recuerda a una vez que perdí el habla, también observando la nada;
quedé muda por varios soles y varias lunas. 
Solo escuchaba música y dejaba que los libros hablaran por mí. 

Pasé un tiempo en recuperación y allí me inyectaron una buena dosis de empatía, 
pero ella ahora está en cama. 
Se dio cuenta que se va perdiendo gota a gota en las manos que sujeto: 
camino con los ojos oscuros –donde me escondo- los pies listos para correr, el cabello danzando con el viento y mi fe agonizando cerca del pecho.

Miedo me está llamando insistentemente junto a su nuevo amigo, 
bebiendo vodka y fumando yerba. 
Creo que quiere que observe nuevamente la nada, esto será peligroso.

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